Algunos dominicanos no se conforman con lanzar abrazos y fuegos artificiales por doquier al momento de celebrar la llegada del Año Nuevo.Por la euforia intempestiva de estos pistoleros, a la medianoche del 1 de enero sobre el territorio nacional vuela una cantidad incalculable de balas perdidas, que ponen en peligro la vida de niños, jóvenes y adultos ajenos al posible impacto.
“Ese día estábamos en la cama cuando a la niña le cayó una bala en el pecho. Dormíamos juntas. No sabía que pasaba hasta que le puse la mano, y sentí su sangre”, dice Olga Lidia Sánchez, para describir la amarga madrugada en la que un proyectil de procedencia desconocida casi mata a su hija de ocho años. El caso no ocurrió en diciembre, sino en septiembre del 2009. Pero Sánchez espera con miedo la fiesta de cierre de despida del 2011 porque sabe que un día como hoy aumenta la posibilidad de que otro disparo atente contra la integridad de su pequeña: “Me puse grave porque pensé que iba a perder a mi hija. No quisiera que ninguna madre pase por un momento como ése”.
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